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La IA en las organizaciones: dos velocidades, una brecha creciente 

La inteligencia artificial avanza a dos velocidades: la del uso personal, ágil y sin frenos, y la del ámbito empresarial, más cauta y llena de límites. Entre ambas se abre una brecha creciente que revela carencias tecnológicas y verdaderos desafíos culturales, éticos y de gestión. Enrique Santiago, Director Financial Services & Industry  de Entelgy, nos desvela las claves para cerrar esa distancia: formar, corresponsabilizar y hacer partícipes a los colaboradores de la estrategia corporativa. No se trata de frenar la evolución, sino de canalizarla para que la IA sea una verdadera palanca de competitividad y diferenciación. 

Como “histórico”, sobreviviente e impulsor de la evolución tecnológica, y ¡sí!, como algunos de vosotros, he utilizado el fax, la máquina de escribir, los módems de RTB a 9.600 b/s, y he visto Windows 3.1 como una aplicación en el escritorio del PC. Y aquí estamos, vivitos y coleando, liderando el momento actual y aprovechando la experiencia de las múltiples transformaciones tecnológicas, culturales y sociales de todos estos años, disfrutando de ellas. 

Con la IA no tenemos nada nuevo en el horizonte. Como siempre, disponemos de más capacidad, de mejores interfaces, más y mejores funcionalidades, más integración con las herramientas, más personalización, etc. Pero también, como siempre, vivimos la dualidad del plano profesional y el plano personal. A nivel personal, ¿quién no usa la IA en su día a día? Desde lo más básico, como “¿qué le pasa a mi limonero que se está marchitando?”, hasta planes de negocio o análisis de inversiones. Y no entro en el capítulo de los estudios o la formación, donde el uso es sistémico, llegando incluso a ser dependiente. Y, como siempre, sin ser “fieles”, utilizamos ChatGPT, Gemini, Gork… de manera simultánea. Hay hasta quien reparte juego para no agotar los límites de consultas, incluso con las versiones de pago (que los tienen), por la dependencia que ya tenemos de su uso. 

Pero, ¿qué ocurre cuando esas capacidades adquiridas en el plano personal las queremos poner en práctica en el plano profesional, en la empresa? Con buen criterio, aparecen los límites, la ética, la seguridad. Se ven las costuras del consumo de los datos de la organización, repositorios, aplicaciones inconexas, múltiples formatos, en ocasiones sin siquiera permisos de acceso segmentados. Las capacidades que ahora tienen nuestros colaboradores ponen encima de la mesa nuestras carencias a nivel de sistemas e integración. Ojo, que en muchas ocasiones son justificadas y no son carencias, sino políticas de privacidad o de seguridad que nos obligan a tener control absoluto del dato. 

Y, ¿cómo lo hacemos? Pues la respuesta es simple: formación y corresponsabilidad. Pero no solo sobre las herramientas de IA, sino sobre la compañía y sus sistemas, la privacidad y la seguridad de la información. Dar criterios para que los usuarios evalúen la sensibilidad o criticidad del dato que quieren usar y asuman la responsabilidad de su uso. Y eso solo es posible no solo con un programa de capacitación y uso de la IA, sino haciéndoles partícipes de la estrategia de la compañía, del posicionamiento en el mercado, de las claves del negocio y de los competidores. Cosas que en determinados niveles damos por evidentes, pero que lamentablemente no lo son, y tenemos colaboradores a los que no les llega, o no con la suficiente transversalidad. Una vez más, la receta es la gestión del cambio de la organización, porque la IA nos afecta en todo. 

Por lo tanto, aprovechemos la necesidad normativa de la RIA y demos el contexto y la amplitud de miras necesaria a la organización para ponerla a trabajar de manera ordenada y sincronizada, para cumplir el objetivo y propósito de la compañía. En definitiva, dejemos de luchar con los usuarios que quieren utilizar recursos que no ponemos a su disposición, escuchemos y entendamos sus necesidades y compartamos con ellos el porqué de las directrices. Es mejor hacer responsables de sus actos a las personas que dedicarnos a evitar que cometan actos irresponsables, aunque, como siempre, el equilibrio entre ambas cosas es la receta perfecta. 

¡Viva la evolución y la transformación! Es lo que nos hace sentirnos vivos, afrontar nuevos desafíos cambiantes y encontrar los caminos que nos lleven al éxito y a la diferenciación. No me olvido: recordad que “lo que no medimos no existe”. Por eso, hagáis lo que hagáis para afrontar esta situación, estableced KPI’s que os permitan medir el impacto y la evolución de los retos. Y, aunque algunos KPI’s no sean del gusto de nuestros queridos CFO, por no tener impacto directo en la cuenta de resultados, lo harán de manera contributiva, incrementando productividad, calidad, innovación o competitividad, que, como bien sabéis, son los cimientos para la continuidad y el éxito de cualquier negocio. 

Por Enrique Santiago 

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