Expansión publica la tribuna de opinión de Miguel Ángel Barrio donde nos cuenta lo que de verdad importa a la hora de implementar una estrategia de transformación digital en una compañía.
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«Mucho ruido y pocas nueces«. Esta frase tan arraigada en nuestra cultura e historia sigue teniendo todo su valor, incluso en tiempos tan digitales y tan de transformación como los que vivimos. Ocurre lo mismo con «vender humo«, una expresión que está demasiado presente en cualquier época y ámbito y, desgraciadamente, también en este escenario de transformación digital. No se me ocurre poner en duda, ni de lejos, que la transformación digital es un hecho, una necesidad, una tendencia, una disrupción y, más bien al contrario, considero que es una obligación para empresas y usuarios si no quieren dejar pasar el tren del futuro. Pero (seguimos con las expresiones hechas) en la transformación digital no es oro todo lo que reluce. Son muchos, demasiados, los proveedores, fabricantes y consultores TIC que han visto cómo en este fenómeno tenían un nuevo y abultado filón de negocio y así se han lanzado a ofrecer soluciones tecnológicas, nuevos productos y servicios. De igual forma, vemos empresas que han buscado colaboraciones puntuales con expertos digitales, han lanzado iniciativas para implantar alguna solución innovadora sin pensar en el caso de negocio al que debería dar respuesta, en definitiva iniciativas aisladas, muchas veces únicamente cosméticas, que si no contemplan una estrategia global de transformación se quedan en un simple ‘disfraz digital’ La presentación y anuncio de sucesivos proyectos tecnológicos enfocados a los procesos de transformación ha causado una especie de sobredosis de información y oferta tecnológica que empieza a tener un efecto rebote de confusión respecto a lo que de verdad importa a la hora de implementar una estrategia digital en una compañía. Es cierto que la tecnología es el pilar, el eje fundamental de un proceso de digitalización; sin embargo, es necesario tener un enfoque estratégico donde estén definidas las funciones, los roles, las responsabilidades y los objetivos que persigue cada implantación. Sin este enfoque, las herramientas carecen de sentido. En definitiva, y una vez más, la transformación digital debe incluir a las personas, como casi todo en esta vida. No podemos «hacer digital sin ser digitales». La verdadera transformación digital de una empresa debe generarse en su interior. No como un fin, sino como un medio para estar preparados de cara a los retos que nos depara un entorno profesional en constante cambio. Este aspecto sigue sin calar. Hace apenas unos días, el estudio «Índice de Madurez Digital de las Empresas«, realizado por Íncipy e Inesdi, revelaba que el 38% de las empresas en España se encuentra aún en una fase muy inicial, con un nivel bajo de madurez digital y que menos de la mitad cuenta con una Hoja de Ruta Digital formalizada. Otro reciente estudio alertaba de la posición rezagada que España en este aspecto. Concretamente, de entre 14 países estudiados, la posición de España en evolución hacia un modelo digital la sitúa en el puesto 11, por detrás de Italia, China y Brasil y bastante por detrás de Estados Unidos, Reino Unido, Suecia, Holanda, Australia, Bélgica, Japón, Francia, Alemania y Austria. Un retraso importante debido, en grandísima parte, a la ausencia de una estrategia digital clara y de una masa de talento digital que la lleve a cabo, algo que también éste informe confirma. Vemos de nuevo las palabras «estrategia» y «talento», términos directamente relacionados con las personas, con su tiempo y sus funciones dentro del entorno digital. No, no se puede hacer sin ser y en esto de la transformación digital, también una vez más, vale aquello de «las personas primero» si no queremos acabar naufragando en las aguas del futuro.